Extracto del mano a mano con Pablo Sirvén para La Nación + Cerca Protagonistas, la Chiqui habló de todo; hasta de su estatua en Villa Cañás; antes de ser distinguida como doctora honoris causa por la Universidad de Buenos Aires. Eso sucederá hoy, miércoles, a las 17.30, en el aula magna del Pabellón III de la Ciudad Universitaria.
“Estoy impresionada porque la universidad tiene una sección de cinematografía y allí me votaron. Cuando Nacho [Viale, su nieto y productor de su programa] me lo contó, dije: “¡Dios mío!”. Me pareció que mi carrera no era lo suficientemente importante para que me dieran este título, pero me hizo entender que había sido por votación general. Así que desde ahora me tenés que llamar doctora. Soy la doctora Legrand”, dice muy feliz y con tono zumbón, desde el living de su casa.
Viajera en el tiempo, triunfadora en todas las épocas y en todos los formatos (cine, televisión, radio, teatro y hasta en las redes sociales, donde tiene millones de seguidores), hoy esta leyenda viva sigue tan vigente como siempre, ya que no hay semana en que no produzca un par de títulos en los portales de noticias con repercusiones de su programa, por algunas de sus infatigables y permanentes salidas nocturnas al teatro o por su activísima vida social y su participación incesante en cenas solidarias.
–¿Cómo está viendo la realidad?
–Está complicado, difícil. Yo pienso mucho en la gente necesitada. La clase media también se ha venido bastante abajo, pero pienso en los humildes, y no es demagogia. Habría que dejar a los políticos sin comer 48 horas a ver qué pasa, qué sienten. Debe ser terrible tener hambre. Pienso mucho en los niños. Insisto: no es demagógico. Lo siento, lo observo, lo estudio. También me aterra la cantidad de despidos.
–¿Qué consejos le daría al Presidente?
–Que les diga ratas a los diputados me molesta. Es grosero y no me gusta. Que maneje bien el país, que se acuerde de los pobres, que no despidan tanta gente que no tienen adonde ir a trabajar. Es terrible el costo de la luz, ¡las expensas! ¿Se darán cuenta de lo que está sucediendo? Los sueldos no alcanzan.

Mirtha Legrand y una charla imperdible con Pablo Sirvén.
–¿En qué invierte su dinero?
–Tengo algunos departamentos que he comprado, una casa en un country; teníamos con Daniel una casa muy linda en José Ignacio, que le regalé a Marcela y después, como diría mi madre, me lo echo todo encima. Y soy generosa con gente que lo necesita. Colaboro mucho con el hospital Materno Infantil de Mar del Plata, y aquí con el Hospital Fernández.
–¿Qué filosofía de vida tiene como para no hacerse tanta mala sangre si es que se hace?
–Sí, me hago, pero trato de tomar las cosas con calma. No me enojo mucho.
–¿Qué la enoja?
–Me enoja la maledicencia, la gente que habla mal sin conocerlo a uno. Me enoja la envidia de los demás. La envidia es terrible. Me hace daño, pero lo supero.
–¿Qué tipo de actividad física e intelectual realiza usted para mantenerse en forma?
–Hago kinesiología dos veces por semana y en la cama levanto las piernas. Este living que usted ve lo hago tres o cuatro veces por día caminando porque yo no estoy mucho en la calle. Cuando salgo, lo hago en auto, porque si no tendría que pararme a conversar con todo el mundo. Hago gimnasia con pesas de dos kilos en los tobillos. También me gusta leer, pero ahora los libros vienen con letras muy chiquitas; me cuesta, pero sigo leyendo igual.

Mirtha siempre tiene presente a su Villa Cañas natal: «La última vez que fuimos los tres hermanos fue una apoteosis, porque nos pasearon por el pueblo», recuerda.
–Cuando usted visita Villa Cañás, el lugar donde nació, ¿vuelve a ser Rosa María Martínez Suárez?
–No, no, no. Soy Mirtha. Algunos me dicen Chiquita, pero son los menos. La gente es muy cariñosa. La última vez que fuimos los tres hermanos fue una apoteosis, porque nos pasearon por el pueblo. Saludamos a todo el mundo. Ahí éramos los Martínez. Fuimos nombrados ciudadanos ilustres. Fue muy emotivo.
–¿Qué últimas noticias tiene de la estatua tan fallida?
–No supe más nada. Quedó la estatua, creo. Marcela [Tinayre, su hija] me decía: “Mamá, esa no sos vos; no tenés esa boca ni esos dientes”. Es impresionante la gente que va a verla. A unos les gusta, a otros no.
–Ha atravesado todas las barreras del Guinness, con 56 años en el aire. ¿Cómo hace para irse aggiornando a lo largo del tiempo con tantos cambios?
–Yo me informo. Leo dos diarios y veo mucha televisión. Me gusta estar informada. Leo de todo, hasta quiebras y convocatorias. Y escucho muchísima radio. Duermo con la radio puesta.
–¿Alguna anécdota que recuerde ahora mismo de tantas décadas de su programa?
–Cuando vino René Favaloro estudié todo, tanto que él me preguntó si había estudiado medicina. Me encerraba en el baño porque a Daniel [Tinayre, su marido, importante director cinematográfico] le molestaba que de noche estudiara. Un personaje encantador, Favaloro.
–No se guardó nada con los presidentes de la Nación: desde “se viene el zurdaje”, a los Kirchner, a “ustedes no ven la realidad”, que le dijo a Macri y a Juliana Awada; o el “son raros ustedes”, a Milei y Fátima Florez.
–Mi madre diría: “qué impertinente”.

«Soy muy amiguera», reconoce Mirtha Legrand.
–Raúl Alfonsín dijo que se había enamorado de usted “a lo lejos”. ¿Le confesó que se había enamorado de usted?
–Antiguamente las películas argentinas se estrenaban en el interior del país. Eso es el estilo muy americano y fuimos a Chascomús a estrenar, creo, que Los martes, orquídeas y él dijo que me conoció ahí. Yo no recuerdo haberlo visto.
–Un suscriptor le pregunta si cree que el presidente Javier Milei terminará su mandato.
–Los presidentes deben terminar su mandato. Así lo dice la Constitución.
–¿Le queda algún anhelo por concretar?
–No, no. A mí me gusta ser famosa, ser artista. ¿Habrá sido interesante esto?
-Muy interesante.
La entrevista completa aquí, solo para suscriptores de La Nación.
