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Alerta en la Casa Gris: La encrucijada de Rosario

Alerta en la Casa Gris: La encrucijada de Rosario

La derrota de Unidos en Rosario no fue un tropiezo: fue un sacudón que pone al oficialismo contra las cuerdas y abre un escenario de tercios cuyo epicentro político se librará en 2027.

El domingo pasado, el voto rosarino se dispersó casi por igual entre La Libertad Avanza, liderada por Juan Pablo Aleart; Ciudad Futura–Peronismo, con Juan Monteverde al frente; y el bloque oficialista, que quedó relegado al tercer lugar con Carolina Labayrú. Esta distribución tripartita no solo refleja el hastío ciudadano, sino que presagia una batalla prolongada donde cada fracción peleará voto a voto por retener su porción y arañar electores ajenos.

Para Unidos, el golpe es doble

No solo cedió terreno a los libertarios —que arrasaron en bastiones donde antes reinaba el peronismo local— sino que también exhibe una alarmante ausencia de relevo para Pablo Javkin, cuyo propio caso ejemplifica lo volátil del electorado: tercer lugar en 2017 y coronación en 2019.
Hoy, el oficialismo debe encontrar con urgencia un candidato que combine músculo político, imagen renovada y capacidad de seducir al votante desencantado. De lo contrario, la brecha de cinco puntos que separó a Ciro Seisas de Aleart puede convertirse en abismo infranqueable.

La cita de junio es clave

Las generales de concejales definirán si los tercios se asientan o si el “voto útil” remueve escaños de aquí y allá. Unidos confía en su base interna —élites barriales, punteros y estructuras de comités— para retener a quienes votaron por listas derrotadas en las primarias; Monteverde hará lo propio con su ramaje peronista; y Aleart, libre de fisuras internas, atacará por sorpresa reclutando descontentos de ambos bandos. En un clima de abstención histórica —jamás tantos habilitados se ausentaron—, quien logre movilizar a los suyos se llevará la tajada más grande.

En la Casa Gris, la alarma se traduce en intervención directa

El gobernador Pullaro ha prometido volcar recursos y gestiones para apuntalar la lista de Carolina Labayrú, convencido de que perder Rosario equivale a perder el motor de su proyecto provincial.
Así, seguridad, obras públicas y “gestión no ideológica” serán las banderas; sin embargo, las críticas internas no cesan: ¿puede la promesa de más estaciones policiales, monitoreo y cárceles eclipsar la falta de una visión de futuro para los barrios?

La posibilidad de romper el reparto de tercios mediante una alianza entre Unidos y La Libertad Avanza —un pacto impensado que pulverizaría las líneas ideológicas tradicionales— parece hoy remota, pero no descartable con tal de evitar el desgaste mutuo.

La pregunta incómoda es si ambos bloques estarían dispuestos a renunciar a sus principios de campaña: Aleart debería traicionar su pureza libertaria; Unidos, su cohesión de frente de gestión que hasta ahora se ha definido por excluir al kirchnerismo. Cualquier movimiento de este tipo provocaría fracturas internas, especialmente en el socialismo y en la vieja guardia radical.

Mientras tanto, el gobernador arranca conversaciones con los 69 convencionales electos para horadar al PJ tradicional y asegurar una convención reformadora alineada con la Casa Gris, antes de que la interna peronista vuelva a descarrilar cualquier proyecto alternativo. En su cálculo, Rosario aporta la mitad de los votos justicialistas en la provincia; el resto, según los números de la elección, llega de distritos donde el peronismo no consigue entusiasmar.

En síntesis, Rosario se perfila como un laboratorio de la fragmentación política: tres fuerzas, cada una con sus fortalezas y carencias, en pugna por un electorado que exige más que discursos de gestión. Para 2027, la verdadera pregunta no será solo quién gana la intendencia, sino quién logra traducir estos tercios en un proyecto de ciudad capaz de reconstruir la ilusión de sus residentes. Sin esa chispa de renovación, cualquier triunfo será, una vez más, una victoria sin futuro.

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