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Editorial: Pullaro entre la humildad declamada y la dura realidad de Santa Fe

Pullaro entre la humildad declamada y la dura realidad de Santa Fe

Maximiliano Pullaro llegó al poder con una narrativa de austeridad, planificación y honestidad. Y aunque su estilo lo diferencia del caudillismo tradicional y del marketing vacío de otros tiempos, no está exento de contradicciones. En la Santa Fe de hoy —una provincia que combina potencia productiva, violencia urbana y una ciudadanía impaciente— gobernar con discursos correctos ya no alcanza. El desafío es gobernar con resultados. Y rápido.

El “hijo de su tiempo”: Pragmatismo radical en un clima de época

Pullaro no es un político tradicional. Tampoco es un outsider. Es más bien un tecnócrata, que entendió que el lenguaje de época no pasa por las grandes ideologías, sino por la gestión eficaz y el orden como obsesión. Es, en cierto modo, el gobernador que este tiempo necesita: sin carisma excesivo, con perfil medio, pero con una idea clara de que ya no hay margen para improvisaciones ni fiestas presupuestarias.

Sin embargo, también es hijo de una provincia que lleva décadas reciclándose en promesas incumplidas, diagnósticos repetidos y reformas siempre postergadas.

Prometer una nueva Constitución puede lucir como un gesto audaz, pero frente a una reforma previsional que impuso topes drásticos a jubilaciones y pensiones estatales para intentar cerrar un déficit millonario, y un malestar docente que se expresa en paros masivos y reclamos por falta de una propuesta salarial seria,—lo que puede leerse en la baja participación en la elección del pasado domingo como un voto castigo— suena más a un recurso de distracción: los anuncios de “millones de dólares” en obra pública –exhibidos en vallas y reels– llegan tarde y se reducen a puro merchandising y marketing urbano, mientras al caminar Rosario, por ejemplo, parece más bien una ciudad devastada por el abandono –de una guerra del medio oriente que un emblema de progreso.

La épica de la humildad: ¿Gestión o liturgia de gabinete?

En su tercera reunión interministerial bajo el lema “Todo por delante”, realizada el martes 15 de abril, Pullaro se deshizo en llamados a la humildad, al esfuerzo y a la planificación. Lo que en principio puede leerse como una saludable cultura de gestión, también puede interpretarse como un riesgo: el gobierno se encierra en su propia narrativa de funcionarios ejemplares, pero aún no logra generar entusiasmo ni conexión emocional con la sociedad.

En el encuentro, Pullaro celebró que “la inmensa mayoría de los santafesinos ratificó el rumbo del gobierno”ojo a no solo ver el vaso medio vacío como lleno—, asumiendo que ese aval obliga a “reflexionar” para que cada equipo sea “más eficiente y austero” y a demostrar “coraje” pese al “costo político” asumido al tomar decisiones impopulares.

Sin embargo, esa retórica de humildad y entrega —que apela al “contrato social” firmado hace 16 meses— suena más a eslogan corporativo que a compromiso real, cuando las medidas de ajuste castigando a sectores clave y la presunta eficiencia se limita a exhibiciones en carteles y videos, —mensaje que la gente no comprende y lo interpreta como un excesivo gasto, cuando clama por la reducción del gasto, “menos ñoquis”, popularizado desde el relato nacional—. Al final, el llamado a “trabajar más” y “escuchar al otro” no disimula la falta de resultados tangibles ni la brecha creciente entre el discurso gubernamental y la experiencia cotidiana de los santafesinos.

La pregunta es directa: ¿está Pullaro hablando con los ciudadanos o solo con sus ministros? ¿Dónde está el relato que convoque, que explique, que emocione? Porque sin relato, sin calle, sin traducción política, la eficiencia se convierte en frialdad burocrática. Y eso, en una provincia golpeada por la desigualdad y la violencia, es una receta corta.

La reforma constitucional: Bandera noble, tiempos torcidos

Nadie podría oponerse —al menos conceptualmente— a una reforma que promueva la ficha limpia, el fin de los fueros y una Constitución más moderna. El problema es el contexto. Hablar de grandes reformas cuando hay escuelas sin gas, rutas sin mantenimiento y barrios asediados por el narcotráfico puede sonar a lujo escandinavo.

Pullaro confía en que su capital político —reforzado por las recientes elecciones— le permitirá avanzar. Pero subestima un detalle: el ciudadano medio no está pensando en la letra chica de la Constitución, sino en si va a poder pagar la luz, salir de noche o conseguir atención médica sin esperar tres meses. En ese desfasaje puede germinar el desencanto.

Un gobierno eficiente o un gobierno que se cree eficiente

Los funcionarios del Ejecutivo santafesino repiten como mantra la idea de un “Estado que funciona”, de “máquinas aceitadísimas”, de jornadas que empiezan temprano y terminan tarde. Pero la obsesión por parecer productivos puede convertirse en un narcisismo institucional: ¿se gobierna para resolver problemas o para que el propio gobierno se autovalide como moderno, eficaz y pulcro?

En ese sentido, hay un riesgo de autocomplacencia que, si no se revisa a tiempo, puede desdibujar la imagen de renovación que Pullaro intenta construir. Ser “el gobierno más honesto de la historia” es una ambición loable, pero será la calle —y no la mesa ministerial— la que dará el veredicto.

Conclusión: Liderazgo con reloj en cuenta regresiva

Pullaro ha logrado una rareza: construir poder en un contexto de desconfianza generalizada. Tiene apoyo legislativo, gabinete alineado y una narrativa moderada que no irrita. Pero todo eso puede esfumarse si no hay resultados. Santa Fe no está para promesas: está para respuestas. Y los márgenes de espera son cada vez más cortos.

El gobernador lo sabe. Por eso insiste en la idea del “coraje” para tomar decisiones impopulares. Pero la verdadera audacia será demostrar que puede gobernar sin escudarse en la excusa de la herencia, sin caer en el tecnocratismo autista y sin olvidar que el futuro también se construye con el presente.

Porque en Santa Fe —como en todo el país— la gente ya no vota esperanzas, vota soluciones. Y las quiere ahora.

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